A doscientos años del 9 de julio de 1816, el Canto a la Argentina de Rubén Darío.
CANTO A LA ARGENTINA
¡ARGENTINA!
¡ARGENTINA!
¡Argentina! El sonoro
viento arrebata la gran
voz de oro.
Ase la fuerte diestra la
bocina,
y el pulmón fuerte, bajo
los cristales
del azul, que han vibrado,
lanza el grito: Oíd,
mortales,
Oíd el grito que va por la
floresta
de mástiles que cubre el
ancho estuario,
e invade el mar; sobre la
enorme fiesta
de las fábricas trémulas,
de vida;
sobre las torres de la
urbe henchida;
sobre el extraordinario
tumulto de metales y de
lumbres
activos; sobre el cósmico
portento
de obra y de pensamiento
que arde en las poliglotas
muchedumbres;
sobre el construir, sobre
el bregar, sobre el soñar,
sobre la blanca sierra,
sobre la extensa tierra,
sobre la vasta mar.
¡Argentina, región de la
aurora!
¡Oh, tierra abierta al
sediento
de libertad y de vida,
dinámica y creadora!
¡Oh barca augusta, de
prora
triunfante, de doradas
velas!
De allá de la bruma
infinita,
alzando la palma que
agita,
te saluda
el divo Cristóbal,
príncipe de las Carabelas.
Te abriste como una
granada,
como una ubre te
henchiste,
como una espiga te
erguiste
a toda raza congojada,
a toda humanidad triste,
a los errabundos y parias
que bajo nubes contrarias
van en busca del buen
trabajo,
del buen comer, del buen
dormir,
del techo para descansar.
y ver a los niños reír,
bajo el cual se sueña y
bajo
el cual se piensa morir.
¡Éxodos! ¡Éxodos! Rebaños
de hombres, rebaños de
gentes
que teméis los días
huraños,
que tenéis sed sin hallar
fuentes,
y hambre sin el pan
deseado,
y amáis la labor que
germina.
Los éxodos os han salvado:
¡Hay en la tierra una
Argentina!
He aquí la región del
Dorado,
he aquí el paraíso
terrestre,
he aquí la ventura
esperada,
he aquí el Vellocino de
Oro.
he aquí Canaán la preñada,
la Atlántida resucitada;
he aquí los campos del
Toro
y del Becerro simbólicos;
he aquí el existir que en
sueños
miraron los melancólicos,
los clamorosos, los
dolientes
poetas y
visionarios
que en sus olimpos o
calvarios
amaron a todas las gentes.
He aquí el gran Dios
desconocido
que todos los dioses
abarca.
Tiene su templo en el
espacio;
tiene su gazofilacio
en la negra carne del
mundo.
Aquí está la mar que no
amarga,
aquí está el Sahara
fecundo,
aquí se confunde el tropel
de los que a lo infinito
tienden,
y se edifica la Babel
en donde todos se
comprenden.
Tú, el hombre de las
estepas,
sonámbulo de sufrimiento,
nacido ilota y hambriento,
al fuego del odio huido,
hombre que estabas dormido
bajo una tapa de plomo,
hombre de las nieves del
zar,
mira al cielo azul, canta,
piensa;
mujik redento, escucha
cómo
en tu rancho, en la pampa
inmensa,
murmura alegre el samovar.
¡Cantad, judíos de la
pampa!
Mocetones de ruda estampa,
dulces Rebecas de ojos
francos,
Rubenes de largas
guedejas,
patriarcas de cabellos
blancos,
y espesos como hípicas
crines;
cantad, cantad, Saras
viejas
y adolescentes Benjamines,
con voz
de vuestro corazón:
¡Hemos encontrado a Sión!
Hombres de Emilia y los
del agro
romano, ligures, hijos
de la tierra del milagro
partenopeo, hijos todos
de Italia, sacra a las
gentes,
familia que sois
descendientes
de quienes vieron errantes
a los olímpicos dioses
de los antaños, amadores
de danzas gozosas y flores
purpúreas y del divino
dón de la sangre del vino;
hallasteis un nuevo
hechizo,
hallasteis otras
estrellas,
encontrasteis prados en
donde
se siembra, espiga y
barbecha,
se canta en la fiesta del
grano
y hay un gran sol
soberano,
como el de Italia y de
Jonia
que en oro el terruño
convierte:
el enemigo de la muerte
sus urnas vitales vierte
en el seno de la colonia.
Hombres de España
poliforme,
finos andaluces sonoros,
amantes de zambras y
toros,
astures que entre
peñascos,
aprendisteis a amar la
augusta
Libertad, elásticos vascos
como hechos de antiguas
raíces,
raza heroica, raza
robusta,
rudos brazos y altas
cervices,
hijos de
Castilla la noble
rica de hazañas
ancestrales;
firmes gallegos de roble;
catalanes y levantinos
que heredasteis los
inmortales
fuegos de hogares latinos;
iberos de la península
que las huellas del paso
de Hércules
visteis en el suelo natal:
¡he aquí la fragante
campaña
en donde crear otra España
en la Argentina universal!
¡Helvéticos! La nación
nueva
ama el canto del libre.
¡Dad
al pampero, que el trueno
lleva,
vuestros cantos de
libertad!
El Sol de Mayo os ilumina.
Como en la patria natal
veréis el blancor que
culmina
allá donde en la tierra
austral
erige una Suiza argentina
sus ventisqueros de
cristal.
Llegad, hijos de la astral
Francia:
hallaréis en estas
campiñas
entre los triunfos de la
estancia
las guirnaldas de vuestras
viñas.
Hijos del gallo de Galia
cual los de la loba de
Italia
placen al cóndor
magnífico,
que ebrio de celeste azur
abre sus alas en el sur
desde el Atlántico al
Pacífico.
Vástagos de hunos y de
godos,
ciudadanos
del orbe todos,
cosmopolitas caballeros
que antes fuisteis
conquistadores.
piratas y aventureros,
reyes en el mar y en el
viento,
argonautas de lo posible,
destructores de lo
imposible,
pioneers de la Voluntad:
he aquí el país de la
armonía,
el campo abierto a la
energía
de todos los hombres.
¡Llegad!
Os espera el reino oloroso
al trébol que pisa el
ganado,
océano de tierra sagrado
al agricultor laborioso
que rige el timón del
arado.
¡La pampa! La estepa sin
nieve,
el desierto sin sed
cruenta,
en donde benéfico llueve
riego fecundador que
aumenta
las demetéricas savias.
Bella de honda poesía,
suave de inmensidad
serena,
de extensa melancolía
y de grave silencio plena;
o bajo el escudo del sol
y la gracia matutina,
sonora de la pastoral
diana de cuerno, caracol
y tuba de la vacada;
o del grito de la triunfal
máquina de la ferro-vía;
o del volar del automóvil
que pasa quemando leguas,
o de las voces del
gauchaje,
o del
resonar salvaje
del tropel de potros y
yeguas.
¡La pampa! Inmolad un
corcel
a Hiperión el radiante,
cual canta un dueño del
laurel
del Lacio. ¡La pampa
fragante!
En la extendida luz del
llano
flotaba un ambiente
eficaz.
Al forastero, el pampeano
ofreció la tierra feraz;
el gaucho de broncínea faz
encendió su fogón de
hermano,
y fue el mate de mano en
mano
como el calumet de la paz.
¡Oh, cómo, cisne de
Sulmona,
brindaras allí nuevos
fastos,
celebrarías nuevos ritos
y ceñirías la corona
lírica por los campos
vastos
y los sembrados infinitos!
Otros Evandros de América
juntarán arcádicos lauros
mientras van en fuga
quimérica
otros tropeles de
centauros.
Animará la virgen tierra
la sangre de los finos
brutos
que da la pecuaria
Inglaterra;
irán cargados de tributos
los pesados carros férreos
que arrastran candentes y
humeantes
los aulladores elefantes
de locomotoras veloces;
segarán las mieses las
hoces
de
artefactos casi vivientes;
habrá montañas de
simientes;
como en litúrgico aparato
se herirán miles de
testuces
en las hecatombes bovinas;
y junto al bullicio del
hato,
semejantes a ondas marinas
irán las ondas de
avestruces.
Pasarán los largos
dragones
con sus caudas de vagones
por la extensión taciturna
en donde el árbol
legendario
como un soñador solitario
da sus cabellos al
pampero.
Y en la poesía nocturna,
surgirá del rancho primero
el espíritu del pasado
que a modo de luz vaga
existe,
cuyo último vigor palpita
en el payador inspirado
que lanza el sollozo del
triste
o el llanto de la
vidalita.
¡Oh, Pampa! ¡Oh, entraña
robusta,
mina del oro supremo!
He aquí que se vio la
augusta
resurrección de
Triptolemo.
En maternal continente
una república ingente
crea el granero del orbe,
y sangre universal absorbe
para dar vida al orbe
entero.
De ese inexhausto granero
saldrán las hostias del
mañana;
el hambre será, si no
vana,
menos multiplicada y
fuerte,
y será el
paso de la muerte
menos cruel con la especie
humana.
¡Argentina! Tu ser no
abriga
la riqueza tentacular
que a Europa finesecular
incubó la Furia enemiga.
Y si oyes un día explotar
el trágico odio del iluso,
regando ciega desventura,
es que Ananké la bomba
puso
en la mano de la Locura.
¡Deméter, tu magia
prolífica
del esfuerzo por la bondad
envíe la hostia pacífica
a la boca de la ciudad!
Se agita la urbe, se alza
la Metrópoli reina, viste
el regio manto, se calza
de oro, tiarada de azur
yergue la testa imperiosa
de Basilea del Sur;
es la fecunda, la copiosa,
la bizarra, grande entre
grandes;
la que el gran Cristo de
los Andes
bendice, y saluda de lejos
entre los vívidos reflejos
del luminar que la corona,
la Libertad anglo-sajona.
Saluda a la Urbe argentina
el Garibaldi romano,
cabalgante en su colina,
en nombre de Roma materna,
vestida de su memoria
y como su decoro eterna.
La saluda
Londres que empuña
el gran Tridente de acero
por dominar el mar entero.
La saluda Berlín casqueada
y con égida y espada
como una Minerva bélica.
Y Nueva York la babélica,
y Melbourne la oceánica,
y las viejas villas
asiáticas,
y presididas por Lutecia,
todas las hermanas latinas
y hermanas por la
libertad.
La saluda toda urbe viva
en donde creyente y activa
va al porvenir la
Humanidad.
¡Buenos Aires! Es tu
fiesta.
Sentada estás en el solio;
el himno desde la floresta
hasta el colosal Capitolio
tiende sus mil plumas de
aurora.
Flora propia te decora,
mirada universal te mira.
En tu homenaje pasar veo
a Mercurio y su caduceo,
al rey Apolo y la lira.
Es la fiesta del
Centenario.
El Plata, padre
extraordinario,
más que del Tíber y el
Sena,
más que del Támesis rubio,
más que del azul Danubio
y que del Ganges indiano,
es el misterioso hermano
del Tigris y Éufrates
bíblicos,
pues junto a él han de
surgir
los adanes del porvenir.
Cual por
llamamientos cíclicos,
Argentina, solar de
hermanos,
diste por virtuales leyes
hogar a todos los humanos,
templos a todas las
greyes,
cetro a todos los
soberanos
que decoran sus propias
frentes,
que se coronan por sus
manos
con kohinoores y regentes
tallados en sus almas
propias,
vertedores de cornucopias,
emperadores de simientes,
césares de la labor,
multiplicadores de pan,
más potentes que
Gengis-Khan
y que Nabucodonosor.
Se erizaron de chimeneas
los docks; a los puertos
flamantes
llegaron músculos e ideas
que enviaban los pueblos
distantes.
Se rasparon viejas
carcomas,
se redujeron a pedazos
falsos ídolos, armas
romas,
e impusieron sus firmes
lazos
la fraternidad de los
brazos,
la transmisión de los
idiomas.
Para dar las gracias a
Dios
guarda la ciudad liberal
las naves de su catedral.
Y se verán construidos los
muros de las iglesias
todas,
todas igualmente benditas,
las sinagogas, las
mezquitas,
las capillas y las
pagodas.
Y en la floración
eclesiástica,
los que
buscan luz en la sombra,
por la media luna o la
suástica,
o por la tora, o por la
cruz,
irán al Dios que no se
nombra
y hallarán en la sombra
luz.
Tráfagos, fuerzas urbanas,
trajín de hierro y
fragores,
veloz, acerado hipogrifo,
rosales eléctricos, flores
miliunanochescas, pompas
babilónicas, timbres,
trompas,
paso de ruedas y yuntas,
voz de domésticos pianos,
hondos rumores humanos,
clamor de voces conjuntas,
pregón, llamada, todo
vibra,
pulsación de una tensa
fibra,
sensación de un foco
vital,
como el latir del corazón
o como la respiración
del pecho de la capital.
¡Que vuestro himno
soberbio vibre,
hombres libres en tierra
libre!
Nietos de los
conquistadores,
renovada sangre de España.
transfundida sangre de
Italia,
o de Germania, o de
Vasconia,
o venidos de la entraña
de Francia, o de la Gran
Bretaña,
vida de la Policolonia,
savia de la patria
presente,
de la nueva Europa que
augura
más grande Argentina
futura.
¡Salud, patria, que eres
también mía,
puesto
que eres de la humanidad:
salud, en nombre de la
Poesía,
salud en nombre de la
Libertad!
¡El himno, nobles
ancianos!
¡El himno, varones
robustos!
Pueriles coros escolares,
¡el himno! Llevad en las
manos
palmas, coronad los bustos
de los patricios; a
millares
dad flores a los
monumentos.
El himno en los
instrumentos
de armónicas bandas
bélicas
que animan las fiestas
pacíficas.
El himno en las bocas
angélicas
de las gallardas mujeres,
de las matronas
prolíficas,
de las parecidas a Ceres,
de las a Diana asemejadas,
las esposas y las amadas.
El himno en la egregia
ciudad
y en el inmenso imperio
agrario
anuncie el victorioso día,
y vierta su sonoridad
como una copa de armonía
en la fiesta del
Centenario.
¡Saludemos las sombras
épicas
de los hispanos capitanes,
de los orgullosos
virreyes,
de América en los
huracanes
águilas bravas de las
gestas
o gerifaltes de los reyes;
duros pechos, barbadas
testas
y fina espada de Toledo:
capellán, soldado sin
miedo,
don Nuño,
don Pedro, don Gil,
crucifijo, cogulla,
estola,
marinero, alcalde,
alguacil,
tricornio, casaca y
pistola,
y la vieja vida española!
¡Y gloria! ¡Gloria a los
patricios,
bordeadores de precipicios
y escaladores de montañas,
como el abuelo secular
que, fatigado de triunfar
y cansado de padecer,
se fue a morir de cara al
mar,
lejos, allá en
Boulogne-sur-Mer!
¡Héroes de la guerra
gaucha,
lanceros, infantes,
soldados
todos, héroes mil
consagrados,
centauros de fábula
cierta,
sacrificados del terruño,
granaderos el rayo al
puño,
locos de gloria, despierta
al sol la mente! La Fama
a todos ilustres proclama,
sus hechos ínclitos
nombra,
constela con ellos la
sombra
y forma un halo en el
azur,
a la dantesca Cruz del
Sur.
Así la sideral retórica
de las odas y de las
águilas
va en sublimes hipérboles
a ofrendar sus rítmicos
dones
al gran Dios de las
naciones.
¡Por todo, el himno! La
expresión
del colosal corazón
de esa patria palpitante:
la nieve
de la cordillera
y el azul forman la
bandera
que sostiene un brazo de
Atlante.
La Argentina de fuertes
pechos
confía en su seno fecundo
y ofrece hogares y
derechos
a los ciudadanos del
mundo.
¡Oh, Sol! ¡Oh, padre
teogónico!
¡Sol simbólico que
irradias
en el pabellón! Salomónico
y helénico, lumbre de
Arcadias,
mítico, incásico, mágico!
¡Foibos triunfante en el
trágico
vencimiento de las
sombras;
Tabú y Tótem del abismo!
¡Oh, Sol! que inspiras y
asombras,
que perdure tu portento
que el orbe todo ilumina
tal como en el firmamento
desde la enseña argentina.
Y con la lluvia sagrada
y con el aire propicio,
brinda a la tierra labrada
en el rural ejercicio
plurales savias y
fragancias
y el dón de matriz y de
ubre
que de cosechas pingües
cubre
los edenes de las
estancias.
Ilumina el advenimiento
del creciente pensamiento
que crea el caudal en la
banca,
o en el taller la estatua
blanca
que decora el monumento.
Al lírico que el verso
arranca
del corazón del
instrumento.
A los que
un Píndaro diera,
por los olímpicos juegos,
por el salto, por la
carrera
la oda cara a los griegos,
que se cerniría sonora
sobre el aquilino
aeroplano
que es grifo, pegaso y
quimera;
sobre el remero que evoca
haciendo volar la prora
los de la pristina galera;
sobre los que en lucha
loca
disputan la elástica
esfera;
sobre las sudosas frentes
de los sanos adolescentes.
Ilumina el casco griego
que cubre la cabeza altiva
de los combatientes del
fuego;
vierte tu luz genitiva
sobre las mil procesiones
que arbolan sus
estandartes
y cantan en sus canciones
la paz, la dicha y las
artes.
Van los magistrados
egregios,
van las espadas
relumbrosas,
van las pompas y lujos
regios,
van las niñas de los
colegios
como lirios y como rosas.
¡Sonad, oh claros
clarines,
sonad tambores guerreros,
en el milagroso escenario;
los nombres de los
paladines,
nombres oros, nombres
aceros,
se oyen en vuestros sones
fieros
en la fiesta del
Centenario!
Viento de amor en la
floresta
cívica pasa. Es la fiesta
de las
guirnaldas de fe,
de los ramos de esperanza,
de los mirtos de amor y de
los olivos de bonanza.
Hojas de roble, hojas de
hiedra,
para el fundador de
ciudades,
que puso la primera
piedra,
que unificó las
voluntades,
que dedicara las vigilias,
que consagrara los
dineros,
al colmenar de los obreros
y a los nidos de las
familias.
Conspicuas guirnaldas de
gloria
a aquellos antiguos que
hacen
de bronce y de mármol la
historia.
Hoy los abuelos renacen
en la floración de los
nietos.
Por sublimes amuletos
lo antes soñado ahora existe,
y la Argentina reviste
su presente manto
suntuario
y piensa en los brillos
futuros
en la fiesta del
Centenario.
Ahora es cuando los
videntes
de los porvenires obscuros
miran las estrellas
polares,
e interpretando los
orientes
cantan cármenes seculares.
Hoy los cuatro caballos
sacros
las fogosas narices
hinchan,
como en versos y
simulacros,
huellan nubes, al sol
relinchan,
y a un más allá se
encaminan
marcando el cielo de
huellas;
mientras otros astros
declinan
ellos van
entre las estrellas
por obra de la ley eterna
que el ritmo del orbe
gobierna.
Ante la cuadriga que crina
de orgullos de olimpo su
llama,
voz de augurio animador
clama:
¡Hay en la tierra una
Argentina!
Diré la beldad y la gracia
de la mujer. Así cual
por singular eficacia
el buen jardinero acierta
a crear en su arte vegetal
por lo que combina e
injerta,
por lo que reparte o
resume.
inédito tipo de rosas,
de crisantemos o jacintos,
con raros aspecto y
perfume,
con corolas esplendorosas,
con formas y tonos distintos,
así la mujer argentina
con savias diversas
creada,
espléndida flor animada,
esplende, perfuma y
culmina.
Talle de vals es de Viena,
ojo morisco es de España,
crespa y espesa pestaña
es de latina sirena;
de Britania será esa piel
cual la de la pulpa del
lis
y que se sonrosa en el
rostro angélico de la
miss;
esa ondulante elegancia
es de la estelar París,
y esa luminosa fragancia
de las
entrañas del país.
Concentración de hechizos
varios,
mezcla de esencias y
vigores,
nórdico oro, mármoles
patios,
algo de la perla y del
lirio,
música plástica, visión
del más encantador
martirio,
voluptuosidad, ilusión,
placidez que todo mitiga,
o pasión que todo lo
arrolla,
leona amante o dulce
enemiga,
tal la triunfante Venus
criolla.
Se tejerán frescas coronas
en recuerdo de las
patricias
que fueron como las
matronas
de Roma, como las mujeres
de Esparta. Las que son
delicias
y ensueños de las moradas,
cumplirán filiales deberes
con las genitoras pasadas;
y recordándolas a ellas,
siendo las amadas y
esposas
llenarán radiantes y
bellas
la obligación de las
estrellas
y la misión de las rosas.
Diré de la generación
en flor, de las almas
flamantes,
primavera e iniciación;
de vosotros, oh
estudiantes,
empenachados de ilusión
y acorazados de audacia,
que tendéis vuestras almas
plenas
de amor, de fuerza y de
gracia,
al divino Platón de Atenas
o al
celeste Orfeo de Tracia,
a la Verdad o a la
Armonía,
al Cálculo o al Ensueño,
firmes de ardor, vivos de
empeño,
robustos de confianza
propia
y a quienes es justo que
ceda
la fugaz Fortuna su rueda,
la Abundancia su
cornucopia;
vosotros que sabéis por
qué
abre Pegaso las alas
y hay misterio en la
lumbre de
los ojos del búho de
Palas,
sed cantados y bendecidos.
Estad atentos a los ruidos
que preceden la alba
naciente,
estad atentos a los nidos
que se incuban en el
presente,
a lo que vendrá y que se
anuncia,
en la palabra que
pronuncia
vuestra boca. El grito
sagrado
para vosotros resuena
como pitagórico verso,
clamad así ante el
universo:
¡Ave, Argentina, vita
plena!
¡Jóvenes, frentes para
lauros,
brazos para amantes
abrazos,
pero también gímnicos
brazos
para hidras y minotauros;
infantes de mundial
estirpe,
que vuestra voluntad
extirpe
falso anhelo, odio victimario,
y en el patriótico
sagrario
dejéis como ofrendas de
aristos
ansias de Perseos o
Cristos
en la fiesta del
Centenario!
Cuando el
carro de Apolo pasa
una sombra lírica llega
junto a la cuadriga de
brasa
de la divinidad griega.
Y se oyen como vagos aires
que acarician a Buenos
Aires:
es el alma de Santos Vega.
El gaucho tendrá su parte
en los jubileos futuros,
pues sus viejos cantares
puros
entrarán en el reino del
Arte.
Se sabrá por siempre jamás
que, en la payada de los
dos,
el vencido fue Satanás
y Vega el payador de Dios.
Cantaré del primer navío
que velivolante saliera
desde las aguas del Río
de la Plata con la bandera
bicolor al mástil
gallardo.
Recordad al nauta que vino
de Saint-Tropez, a
Buchardo,
el capitán franco-argentino,
hábil sobre las marejadas,
bajo las tormentas ufano
y a todos sus camaradas
que fueron por el oceano,
denodados predecesores
de los que hoy en
acorazadas
naves portan a sol y bruma
los dos simbólicos colores
flameantes sobre la
espuma.
Bien vayan torres y
palacios
erizados de cañones
suprimiendo tiempo y
espacios
a visitar a las naciones,
pero no
por guerra voraz,
productora de luto y
llanto,
mas diciendo como en el
canto
del italiano: ¡Paz! ¡Paz!
¡Paz!
Heroica nación bendecida,
ármate para defenderte;
sé centinela de Vida
y no ayudante de la
Muerte.
Que tus máquinas de hierro
y que las bruñidas bocas
cruentas no alegren al
perro
negro avernal. Que tu
lanza,
cual la libertad que
invocas,
garantía a tu pueblo sea;
que tu casco abrigue la
Idea,
sabiduría y esperanza,
como el de Palas Atenea.
¡Salgan y lleguen en buen
hora,
dominando los elementos,
las velas que el marino
adora,
y los steamers humeantes
que conducen los
alimentos,
la carga de los
fabricantes,
los ejércitos de
emigrantes,
el designio, el brazo que
va
a arar, sembrar y producir
en el latifundio, en el
pago,
partan las naves de
Cartago
y arriben las naves de
Ofir!
¡Y bien se escuche en las
funciones
de conmemoración el trueno
de las salvas de los cañones
del mar, conmoviendo el
estuario
de hímnicas vibraciones
lleno
en la fiesta del
Centenario!
¡Gloria a
América prepotente!
Su alto destino se siente
por la continental balanza
que tiene por fiel el
istmo:
los dos platos del
continente
ponen su caudal de
esperanza
ante el gran Dios sobre el
abismo.
¿Y por quién sino por tu
gloria,
oh, Libertad, tanto
prodigio?
Águila, Sol y Gorro Frigio
llenan la americana
historia.
Y en lo infinito ha
resonado,
júbilo de la humanidad,
repetido el grito sagrado:
¡Libertad! ¡Libertad!
¡Libertad!
Antes que Ceres fue
Mavorte
el triunfador continental.
Sangre bebió el suelo del
Norte
como el suelo Meridional.
Tal a los siglos fue
preciso.
Para ir hacia lo venidero,
para hacer, si no el
paraíso,
la casa feliz del obrero
en la plenitud ciudadana,
vínculo íntimo eslabona
e ímpetu exterior hermana
a la raza anglo-sajona
con la latino-americana.
Proles múltiples,
muchedumbres,
tupidas colmenas de
hombres,
transformadoras de
costumbres,
con nuevos valores y
nombres
en vosotras está la suma
de fuerza en que América
finca;
fuisteis presentida del
inca;
os
adivinó Moctezuma.
En este día supremo:
¡Excélsior!, se oye en un
extremo;
en el otro se oye:
¡Adelante!
¡Glorificado el instante
en que resurge Triptolemo!
América que la dicha
encierra
vivirá del sol y la
tierra;
y hoy la tierra, pánico
incensario,
encendido por el destino,
perfuma el día argentino
en la fiesta del
Centenario.
A las evocaciones clásicas
despiertan los dioses autóctonos,
los de los altares
pretéritos
de Copán, Palenque,
Tihuanaco,
por donde quizá pasaran
en lo lejano de tiempos
y epopeyas Pan y Baco.c
Y en lo primordial poético
todo lo posible épico,
todo lo mítico posible
de mahabaratas y génesis,
lo fabuloso y lo terrible
que está en lo ilimitado y
quieto
del impenetrable secreto.
Cantaré la paz sobre todo.
Huya el demonio perverso,
huya el demonio beodo
que incendia en mal al
universo;
desaparezcan las furias
que con sangre de los
ejércitos
empurpuraron las
centurias;
que no más rujan los
tigres
marciales
sino de alegría,
y que a la paz se alce un
templo
como aquel que dando un
ejemplo
insigne Augusto romano
ordenara elevar un día.
El industrioso ciudadano
el ramo de olivo venere;
que tenga sus armas
listas,
no para inhumanas
conquistas,
mas para defender su
tierra
donde por la patria se
muere.
¡Guerra, pues, tan sólo a
la guerra!
Paz, para que el
pensamiento
domine el globo, y vaya
luego,
cual bíblico carro de
fuego,
de firmamento en
firmamento.
¡Paz para los creadores,
descubridores, inventores,
rebuscadores de verdad;
paz a los poetas de Dios,
paz a los activos y a los
hombres de buena voluntad!
En paz la hora renaciente,
continua y poliformemente,
el movimiento y no la
inercia,
legiones dueñas de sus
actos,
gente que osa, que
comercia,
multiplica los artefactos,
combate la escasez, la
negra
miseria y pasa sus
revistas
a las usinas y talleres;
y sus horas áureas alegra
con la invención de los
artistas
y la beldad de las
mujeres.
¿A qué los crueles
filósofos?
¿A qué
los falsos crisóstomos
de la inquina y de la
blasfemia?
¡Al pueblo que busca ideal
ofrezca una nueva academia
sus enseñanzas contra el
mal,
su filosofía de luz;
que no más el odio
emponzoñe,
y un ramaje de paz retoñe
del madero de la cruz!
¡Argentina! El cantor ha
oteado
desde la alta región tu
futuro.
Y vio en lo inmemorial del
pasado
las metrópolis reinas que
fueron,
las que por Dios malditas
cayeron
en instante pestífero; el
muro
que crujió remordido de
llamas
la hervorosa Persépolis,
Tiro,
la imperial Babilonia que
aun brama,
y las urbes que vieron a
Ciro,
a Alejandro, y a todos los
fuertes
que escoltaron victorias y
muertes.
Y miró a Bizancio y a
Atenas,
y a la que, domadora del
mundo,
siendo Lupa indomable, fue
Roma.
Y vio tronos, suplicios,
cadenas,
y con tiaras a tigres y
hienas.
Y cien más capitales
precitas
donde el hombre fue ciego
a la vasta
Libertad, donde fueron
escritas
terroríficas y duras
leyes,
contra tribus y pueblos y
casta,
o las leyes fueron
voluntades;
y a través de tragedias y
gestas,
derrumbáronse tronos y
reyes,
o se hicieron ceniza
ciudades
por
ensalmos de frases funestas.
Y después otros siglos y
luchas,
otra vez lo que arrasa y
escombra,
muchos reinos que surgen y
muchas
vanidades que caen en la
sombra
infinita. Mane, Thecel,
Phares.
Y el poeta miró un astro
eterno
sobre ruinas y tierras y
mares,
que alumbraba con su
claridad
nuevos cultos, cultura y
gobierno,
y a su brillo quedó deslumbrado:
era el astro de la
Libertad.
Argentinos, la inmortal
estrella
a vosotros simbólica es
Sol;
las naciones son grandes
por ella;
lo sabía el abuelo
español.
Dad a todas las almas
abrigo,
sed nación de naciones
hermana,
convidad a la fiesta del
trigo,
al domingo del lino y la
lana
thanks-giving, yon kipour, romería,
la confraternidad de
destinos.
la confraternidad de
oraciones,
la confraternidad de
canciones,
bajo los colores
argentinos.
Argentina, el día que te
vistes
de gala, en que brillan
tus calles
y no hay aspectos ni almas
tristes
en alturas, pampas y
valles;
el día en que desde tus
fuertes,
tus cruceros y tus
cuarteles
salvas lanzas, música
viertes
entre las palmas y
laureles,
visitada por los príncipes
de reinos y tierras
lejanas
y
mensajeros de repúblicas.
son las patrias americanas
las que más comparten tu
júbilo.
Son las próximas hermanas
las que te proclaman
primera
en el decoro familiar,
después de heroica y
guerrera,
hospitalaria y maternal.
Argentina tiarada de ónice
y de mármol, se puede ver
cuál luce sobre tu frente
el diamante refulgente
de las alturas, Lucifer:
pues eres la aurora de
América.
Magnifícase tu apoteosis,
regazo de múltiples
climas,
preferida del nuevo siglo,
y en sus cláusulas y en
sus rimas
te profetizan tus profetas
y te poetizan tus poetas.
Crece el tesoro año por
año,
mientras prosigues las
tareas
de las por Dios
suspendidas
civilizaciones de antaño;
encarnas, produces, creas
cerebro para otras ideas,
útero para nuevas vidas.
Tus hijos llevarán en sí,
por su sangre, el hierro y
rubí
de los cuatro puntos del
globo.
Concentración de los
varones
de vedas, biblias y
coranes,
en el colmo de sus afanes,
en el logro de sus
acciones,
tu floración de
flotaciones
tendrá un perfume latino.
En el
primitivo crisol,
Roma influyó en tu
destino,
cuando a través del
español
puso su enérgico metal.
Y sus históricas llamas
animarán genios y famas
al argentino Arco
Triunfal.
¡Y yo, por fin, qué he de
decirte,
en voto cordial,
Argentina!
Que tu bajel no encuentre
sirte,
que sea inexhausta tu
mina,
inacabables tus rebaños
y que los pueblos extraños
coman el pan de tu harina.
¡Cómalo yo en postreros
años
de mi carrera peregrina,
sintiendo las brisas del
Plata!
Que libre de hambre y
peste
por tus tesoros y tu
ciencia,
jamás enemigas huestes
te combatan. Tu
preeminencia
sea siempre mayor, y
homérica
voz de tu genio viril
por ti diga el triunfo de
América.
Y mi inspiradora, alumna
del Musagetes, al viento
las alas, mi pensamiento
florido da a la columna,
riega junto al monumento;
y en lo solemne del coro,
del himno el acento canoro
une mi amor y mi acento:
¡Argentina tu día ha
llegado!
¡Buenos Aires, amada
ciudad,
el Pegaso
de estrellas herrado
sobre ti vuela en vuelo
inspirado!
Oíd, mortales, el grito
sagrado:
¡Libertad! ¡Libertad!
¡Libertad!