Nos dejó Robin Wood.
Tendríamos que haberlo sabido, un día iba a pasar.
Nos acompañarán siempre Nippur, Gilgamesh, el conde Sacha Veblin, el agente John Savarese, Mark, Dago, Pepe Sánchez, el Coronel Max Chevalier, los boinas negras de la brigada Madeleine, y mil sujetos más con los que nos jugamos la vida en infinidad de lecturas, desde Uruk a Moscú, de Buenos Aires a Venecia, de Lagash al espacio. A galope desbocado agitando los cosacos sables, liquidando basura nazi de África a la Francia ocupada, colgado de alguna jarcia con el cuchillo entre los dientes, en guerra a muerte con los piratas, en filosófico trance en una Tierra devastada invadida por mutantes, contra los sarracenos del hermando de Saladino, una tarde de San Valentín junto a la desafortunada muchachada de O'Bannion, el florista, o en constante lamento sumerio por la desgracia de haber alcanzado la inmortalidad. Me olvido de cientos de jornadas a caballo, en un tanque, en una nao, con una thompson, o detrás de una máscara de hierro.
Ingrato de mí.
Los dibujos de Lucho Olivera o Mandrafina no le quedaban grandes a sus personajes. Y subir a un tren en los años setenta u ochenta, o esperar un turno en la peluquería del barrio era entrar a una sala de lectura de la casa Columba. Nacido en Paraguay, y gran excluido del canon del comic argentino -cosa que pareciera estar revirtiéndose, tarde-, era uno de sus más prolíficos e internacionales autores.
Nos veremos en Lagash, Nippur.
Nos dejó Robin Wood.
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