¿Se fijaron en que nuestras nuevas fechas memorables sólo reseñan desgracias?
¿Qué es lo que pasa, que nuestros nuevos actos notables son nada más que desdichas?
O quizá, peor aún y misterioso: ¿qué es lo que hace que sólo recordemos devotamente la tragedia?
Personas y hechos son llamados a venir a la memoria y nos envuelven como el frío alrededor de fines de marzo y principios de abril.
¿Cómo hemos podido dar lugar, colectivamente, a tanta ceguera, tanta saña autodestructiva?
Quizá nuestro enamoramiento empecinado de las palabras altisonantes, junto a esa necesidad de una figura mayor que nos indique el camino, sean las causas que nos arrastran a la épica desafortunada, a la bravata, al hábito de la deshonra.
Amantes como somos de los discursos de barricada, sirva tal vez como germen para conjuro este fragmento del mensaje presidencial de 1892 de Carlos Pellegrini, y podamos encontrar en él un antídoto cada vez que se pretenda aturdirnos con sirenas y ruido de televisores.
La obra de nuestra regeneración es obra de largo aliento y paciente labor, y es necesario que hombres y partidos políticos se convenzan de que lo que nuestro país, puedo decir nuestra América necesita, no son Grandes Americanos, ni Libertadores, ni Restauradores más o menos ilustres, que invocando leyes, libertades y principios, empiezan por incitar a la anarquía y la violencia y acaban, cuando triunfan, por suprimir todo gobierno regular y reemplazarlo por su imperio personal y despótico; sino ciudadanos constantes en el ejercicio pacífico de los derechos políticos, que proclamen como principio fundamental, acreditado por la experiencia de 80 años, que la violencia es estéril y ruinosa, y que la reforma de nuestros malos hábitos sólo se ha de conseguir por la prédica y el ejemplo, dentro y fuera del poder.
Dejamos atrás, sumidos en nuestras propias y actuales confusiones, al 24 de marzo, al 2 de abril. Adelante queda la vida.
Carguemos esa mochila, enfrentémonos a nuestros fantasmas y aprendamos de ellos, y torzamos el estado de las cosas como para merecer otro presente que nos proporcione, a nosotros y a nuestros hijos, memorias más felices.
Ánimo.
Que los gritos no nos aturdan, que no nos gane el vértigo desbocado de la estampida, que cada día sea menos lo que nos separe de la verdad honesta sobre la que se puede construir un futuro.
Éste es un póster que hice hace años, para el Centro de Ex-Combatientes de Islas Malvinas, resuelto a través de la UNLP. 1990.
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