Entré a la ferretería pertrechada al uso actual, o al viejo uso de las pulperías en las que las barras enrejadas daban testimonio de la feroz anomia de aquellos tiempos gauchos que de chicos, frente a las láminas de los libros, nos resultaban inconcebibles, y nos reconfortaba saberlos parte de una salvaje etapa superada.
Hice mi compra pensando vagamente en esto y ya me iba, cuando en una bandejita por fuera de los barrotes, titilaron agónicas a la luz del local unas hojitas en octavo.
Como si buscara demostrar algo de equilibrio a la prevención violenta, una reserva cordial en la recíproca desdicha asumida; como si pretendiera disculparse por las desagradables precauciones, por el estado de sitio al que nos entregamos, por la amargura, desde su trinchera urbana, el buen ferretero ofrecía sonetos de La Urna a sus clientes.
Solamente en La Plata.
Hice mi compra pensando vagamente en esto y ya me iba, cuando en una bandejita por fuera de los barrotes, titilaron agónicas a la luz del local unas hojitas en octavo.
Como si buscara demostrar algo de equilibrio a la prevención violenta, una reserva cordial en la recíproca desdicha asumida; como si pretendiera disculparse por las desagradables precauciones, por el estado de sitio al que nos entregamos, por la amargura, desde su trinchera urbana, el buen ferretero ofrecía sonetos de La Urna a sus clientes.
Solamente en La Plata.
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